Leyendas y milagros de San Martin de Hidalgo

Hasta hace poco teníamos un concepto bastante diferente de lo que son las leyendas, y el día de hoy te vamos a contar nuestro descubrimiento, quedaras sorprendido, cautivado y buscando conocer más.

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Siempre estamos investigando, descubriendo historias que no creíamos que fueran posibles, lo que se ve y se escucha en los poblados de Jalisco es siempre fascinante y nos mantiene al borde del asiento, lo que cuentan las personas parece de ficción, pero siempre está tan cerca de la realidad que nos motiva a seguir escuchando lo que tienen que decir.

La historia que hoy queremos contarte es más una muestra de lo devota que es la gente de San Martin, cuan grande es su creencia, la forma en que complementan sus costumbres, su cultura y las tradiciones que aún siguen vigentes.

·         Dicen por ahí…

Hace algunos ayeres, en el poblado de San Martin, vivía una mujer, una que en apariencia era igual a todas las demás, quizá sin nada de especial podrías pensar, pero sí que sobresalía de entre los vecinos, pues “Dona Petra” se había ganado el cariño de muchos al grado de adquirir el tierno apodo de “tía Petra”.

Un buen día, cerca de su domicilio, un 24 de enero de 1700, la “tía Petra” decidió comprar una figura de Cristo Crucificado a dos vendedores que andaban por ahí, sin embargo, aunque le ofrecieron buen precio, no completaba para pagar, así que les dijo a los vendedores que aguardaran un poco mientras conseguía el resto, y así fue, anduvo hasta que al fin consiguió el dinero, pero al volver a su casa cuál fue su sorpresa, los vendedores ya no estaban. Ni hablar.

Sin embargo, días después “tía Petra” se encontró con algo que la dejo pasmada, aquel crucifijo que tanto quería estaba recargado bajo un árbol de Tepehuaje, como si estuviera esperándola, a ella y solo a ella, ¿milagro? Pudiera ser, lo que sí sabemos es que fue como si aquella figura hubiera sentido la gran devoción de la mujer… quizá nunca lo sabremos. 

Mucho se dice acerca de que hubo otras figuras de Cristo que hacían movimientos similares, un ir y venir sin explicación aparente, adjudicando su danza a la fe de los fieles creyentes, a su forma de venerar y vivir sus creencias, y puede ser que sí, pues se dice que la fe mueve montañas, y no creemos que sea algo figurativo solamente, sino que también es un acto de esencia física, quizá nunca lo sabremos bien a bien, pero mientras tanto disfrutamos de seguir deleitando nuestros oídos con estas historias.

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