Leyendas asombrosas de Atotonilco el Bajo

Algunas historias son asombrosas, otras nos hacen temblar, y algunas más tan solo debemos escucharlas sin más, pues sabrás que a veces es mejor escuchar sin preguntar.

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En las calles de Atotonilco el Bajo se escuchan, se cuentan historias, se habla sobre aquello que fue y dejo de ser, pero también algunas que cuentan sobre lo que sigue siendo y se niega a desaparecer y bueno, eso es invaluable, nos permite conocer un poco de dónde venimos y así sabremos a donde vamos, es parte de como decidimos andar por la vida, a donde no queremos volver y a donde estamos seguros de que tenemos que ir. Quédate y sigue leyendo, pues encontramos un par de perlas que te van a fascinar, de verdad.

  • La tortuga y la lagartija

Se dice que hace mucho, mucho tiempo, antes de que Atotonilco el Bajo existiera como hoy se conoce, buscaban en donde asentar su pueblo y echar raíces, tanto buscaron que al llegar a ese punto, tomaron la decisión de quedarse, sin embargo, no parecía ser tan buena idea, pues al momento en que tomaron la decisión, un nahual se apareció para negarles tal deseo, alegando que esas tierras estaban cimentadas sobre ríos de fuego, ríos que podrían desbordarse y quemarlo todo, y la lluvia por su parte era tan despiadada que inundaría todo a su paso.

Pero la gente no quiso escuchar, estaban cansados de tanto buscar y no encontrar nada, por lo que, sin otra opción, el nahual les dio una encomienda, les dijo que haría un conjuro, para ello tenían que tallar dos piedras hasta convertirlas en columnas, en una tenía que estar la figura de una tortuga y en la otra la figura de una lagartija, ambas mirando hacia la misma dirección.

El nahual prometió volver. Y así lo hizo. Cuando las columnas estuvieron hechas, le dijo que era su labor vigilar a aquellos animales, durante toda la vida, pero no solo la suya, sino que sería una tarea que heredarían a sus hijos y ellos a sus hijos, pues cada animal representaba a un elemento, la lagartija era el fuego y la tortuga era el agua. Y ambos estaban en una carrera, una que era ajena para todos los mortales, pues uno de ellos llegaría a la cima, anunciando así la catástrofe, y si eso sucedía, entonces su deber era abandonar el pueblo y no volver la vista, salvando así sus vidas, ya fuera el uno o el otro, el fuego o el agua vendrían por ellos.

  • La virgen y el dragón

Se dice que mucho tiempo atrás, cuando aquellas tierras eran habitadas por gente valiente y bravía, estos contemplaban como algunos hombres de atuendos extraños cruzaban cerros, ríos y lagos. Se decía que había uno de ellos que cruzaba veredas, andaba caminos, curaba a los enfermos y tenía amor para todos sin importarle su origen, el color de su piel, su riqueza o su género.

Cuentan que tocaban instrumentos que les eran desconocidos, y decían también que no eran como aquellos que habían llegado de tierras lejanas para despojarlos, herirlos y maltratarlos. Eran diferentes.

Los hombres que tenían en estima los curaban, atendían, los querían, de la misma forma en la que aquel hombre que amaba sin mirar a quien lo hacía, les dijeron que era humilde, sin riquezas, sin bienes materiales, y que aquel hombre había nacido de una joven y bella mujer llamada María, de una tierra lejana.

Los hombres y mujeres de esas tierras siempre soñaban, decían que los hombres buenos, religiosos y creyentes les contaban historias, les servían y que allá, entre las nubes del cielo, vieron a una figura andando entre ellas, con parsimonia. Era la mujer que protagonizaba aquellas historias, que con su manto cubría el firmamento, de la misma manera en la que el dragón protegía la tierra de aguas de fuego.

Dicen que no hubo rincón en el que no se pudiera ver a aquella mujer, mientras calmaba la tormenta que amenazaba con destruirlo todo, tales fueron sus proezas que todos pudieron ser testigos de su poder. Desde aquel entonces Atotonilco el Bajo no le deja de rezar a aquella mujer valiente que al dragón enfrento sin temor. Todos los días la gente acude a su hogar, con una rezo en el corazón, siempre implorando, ya sea en las alegrías o en las tristezas, siempre acuden a María.

Aquella bestia alada sigue ahí, enterrada, durmiendo, postrada ante los pies de la Reina, que se ganó su lugar entre la gente, y se cree que cuando Atotonilco el Bajo deje de adorar a su Reina, entonces el dragón despertara y nada habrá que lo detenga.

Ya sea que lo consideres o no, pero existe magia en cada sitio, en cada mínimo rincón, incluso en el aire que respiras, y si acaso quieres comprobar que tan cerca estamos de lo mágico, entonces date una vuelta por Atotonilco el Bajo, y dinos que fue lo que percibiste, lo que viste, y quizá así podamos cambiar la forma en que vemos nuestra realidad.

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