Frida en el MUSA

En la esquina donde avenida Juárez se convierte en Vallarta, se alza un edificio gris con más de cien años de historia. Hoy día es un museo, el mejor de la ciudad (a gran distancia del resto). Se trata del Museo de las Artes (MUSA; para los amigos). Este recinto es auspiciado por la Universidad de Guadalajara, que a su vez es auspiciada por todos nosotros.

Un grupo de personas se arremolinaba en la escalinata, esperando a que abrieran las puertas. A este museo no le hace falta público. Parece que el MUSA ha hecho un acuerdo tácito con la población: mantener en sus salas algo digno de verse, siempre, no importa cuándo vayas. Así ha sido desde su inauguración hace una década. Además, no es poca cosa que la entrada sea gratuita a diario: para quien sea, para todos.

En estas fechas, Frida ocupa la Sala 1 (la galería más grande). Por supuesto estoy hablando de Frida Kahlo, ¿a caso hay otra? Cuando nos dejaron entrar al inmueble, la gente y yo nos fuimos derechito al fondo del museo, donde está montada la exposición Kahlo Sin Fronteras.

Nos pareció ver que había otra muestra, de otro artista, en la planta alta, pero no hubo quién le prestara atención. Lo que pasa es que nadie, ni hombre ni mujer, goza del nivel de popularidad que tiene la fallecida pintora mexicana. Ya en la sala, un mancebo le explicó al niño que lo acompañaba: “Frida es de las mujeres más importantes del mundo; cambió la historia”. Exagerado, pero fiel prueba del gran amor que le concede el público.

El eje curatorial es el deterioro físico que padeció Kahlo. En las paredes cuelga un despliegue de fotografías, correspondencia y… ¿expedientes clínicos? Aunque usted no lo crea: enmarcados están los recibos de hospital y parte de los archivos médicos del American British Cowdray, sanatorio donde la artista estuvo internada durante largos periodos. Es bien conocido que de joven tuvo un accidente que la dejó maltrecha y adolorida por el resto de su vida. Los documentos técnicos ocupan de lleno uno de los cuatro muros: dispuestos en marcos luminosos que recuerdan los cuadrados de luz donde los especialistas inspeccionaban las hojas de celuloide de las radiografías.

Está claro que su obra y su biografía no se puede desarraigar de los nosocomios. En una serie de retratos vemos a Frida tendida en su camilla, a veces con buen semblante, a veces demacrada: rodeada de libros, enseres de pintura y con el caballete en el regazo. Al verla en esas fotografías a blanco y negro, surge la sensación de que su quehacer artístico era más bien su recreo: en qué otra actividad podía avocarse mientras permanecía postrada, convaleciente. Pintar le permitía abstraerse al mismo tiempo que le daba la oportunidad de transferir su amargo tormento al lienzo. Como dijo una actriz: take your broken heart, make it into art (toma tu corazón roto y conviértelo en arte).

Algunos de sus doctores se volvieron cercanos a ella, incluso los pintó en varios cuadros. Llama la atención una postal que Frida envió desde Nueva York al médico Leo Eloesser: le dice que lo extraña, que lo quiere “rete harto”, le manda “muchísimos besos”, le ruega que le escriba y sella con el colorete de sus labios. Ese tono cariñoso también está presente en otras cartas que remite al galeno; en una de ellas le dedica este verso: “si juera tinta corriera, si juera papel volara, si juera yo una estampilla, en este sobre me juera”. Estas misivas reflejan un trato que sobrepasa el de médico-paciente. Se pudiera especular que la relación entre Kahlo y Eloesser era de amantes: al menos así me lo parece.

Cristina Kahlo, sobrina de Frida y curadora de la exposición, hace un políptico a partir de las manchas de pintura en las batas que su tía abuela vistió en su internamiento. Las máculas crean un caleidoscopio de indicios lejanos, insignificantes, perpetuos y melancólicos.

Las otras piezas con la autoría de Cristina, asimismo fotógrafa y galerista, son vacuas: un batín puesto sobre un busto que no significa nada y una pequeña serie de fotos malas y feas.

Junto a mí, una madre explica a su hija quién es la señora de cejas hirsutas que vemos en las imágenes. La niña pregunta por qué se vestía así, es quizá su primer acercamiento a la pintora. Entonces, la madre intenta para su hija lo que todos en la sala queremos: tratar de esclarecer, de descifrar a Frida Kahlo.

Frida misma es más importante que su obra. No es por demeritar su trabajo, pero su vida es una mixtura hechicera: tragedia, dolor, pasiones, extravagancia y arte. Sentimos una atracción morbosa hacia Kahlo: desde su muerte hemos ido recolectando sus pedazos, hurgando en cada rincón, en cada recoveco, con la intención de reconstruirla y contemplarla. Las muchas cartas que se exhiben, escritas con su puño y letra, producen el efecto de escuchar su voz, susurrándonos al oído mientras la vemos a la cara a través de las fotografías.

La exposición Frida Sin Fronteras permanecerá en el MUSA hasta agosto; luego migrará a la Ciudad de México. El museo está abierto de martes a domingo y la entrada es gratuita.

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